Ernesto tiene 65 años, es profesor de inglés y jubilado docente. Pero desde hace algún tiempo se volvió un enamorado de las pelucas. Vive rodeado de ellas.
“Fue medio de casualidad. Recibí un stock de pelucas de una persona conocida que no tenía lugar para guardarlas, y así empecé. No tenía ninguna idea de lo que era una peluca. Pero fui viendo tutoriales y estudiando su composición, y aprendí a modificarlas”, cuenta en diálogo con LAPLATA1.com.
“Quién me dio la primera tanda ya no está en este mundo. No sé cuál fue su propósito, pero tengo claro cuál es el mío. Espero que esté contento y piense que hizo bien en no seguir guardando algo con lo que no sabía qué hacer”, dice luego.
Ernesto insiste en que el mundo de las pelucas le cambió la vida: “Apunté a lo comercial. Es un rebusque. No podés vivir de eso pero ayuda. Después le encontré el aspecto humano. A mucha gente le podés cambiar la vida con una peluca. Por ejemplo, alguien con un tratamiento oncológico, o una persona que se le cayó el pelo por el estrés. A veces estás ayudando mucho más de lo que vos crees”.
“Se genera una conexión muy importante con el cliente. No sé qué relación habrá entre el pelo y soltar la lengua, pero me cuentan sobre su vida, sus problemas, y a mí eso siempre me interesó. Cuando se va una persona contenta, me quedo yo también contento”, agrega.
“A mí me cambió la vida. He hecho múltiples amistades a través de este emprendimiento. Y ya te digo: lo que realmente me gratifica es ayudar a que levanten la autoestima, a que se sientan más lindas o lindos, a que no sientan la ausencia de algo que forma parte de la estética de una persona. Ese es mi objetivo, más allá de lo comercial. Cuando se van y se la llevan puesta es el nirvana para mí. Parece ingenuo, pero no lo es”, reflexiona Ernesto.
Pero además de las pelucas, también incursiona en el mundo de las muñecas y revende.
Recientemente se topó con una vecina que tenía a cargo a dos pequeñas de su familia: una de 3 años y otra de 10, que nació en Haití.
“Mi vecina me comentaba que habían venido a pasar un rato, y ahí se me ocurrió buscar dos muñecas parecidas como para que no se pelean”, recuerda.
“No sabés cómo se pusieron. Estaban como locas. Después les llevé la ropa y los zapatos. Las pibas estaban re contentas. Y ahí mi vecina me comentó que la nena más chica había perdido hace una semana a su mamá, de 38 años, por un infarto. Se me partió el alma”, completa Ernesto.
