Le trajeron lombrices de Estados Unidos en el 2003, se volvió un fanático en La Plata y las ama con locura: “Son Dios”

Ariel cuenta que desde 1998 empezó a tener una inclinación con el mundo de la tierra y un amigo que viajó a Estados Unidos le cambió la vida: "Nunca me dio impresión. Yo toco todo con la mano"
Sociedad 26/04/2024 . Hora: 12:03
Le trajeron lombrices de Estados Unidos en el 2003, se volvió un fanático en La Plata y las ama con locura: “Son Dios”
Francisco Angulo
Por Francisco Angulo
Periodista.

Ariel es de La Plata, tiene 45 años y un verdadero amante de las lombrices.

“Yo siempre fui un amante de la tierra y del mundo de las plantas. De muy pibe estoy metido en eso. Me hace muy bien a la cabeza. Es como una terapia la huerta”, señala a LAPLATA1.com.

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Desde el 2000 empezó a meterse en el mundo de las lombrices y en el 2003 aprovechó el viaje a Estados Unidos de un amigo. Ese viaje le cambió la vida: su compañero le trajo las famosas lombrices californianas.

Hay que leer libros, educarse. Ahora es todo internet. En Youtube te copian y pegan, es un teléfono descompuesto. La gente deja de criar lombrices porque no dan pie con bola. Van copiando y pegando cosas que ven. Eso no sirve. Yo soy más de la idea de leer libros. Ya a los 18 años empecé a buscar bibliografía”, recuerda.

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“Esto viene de la época de los egipcios. Para ellos las lombrices eran como un Dios. Eran sagradas. Es oro para la tierra”, agrega Ariel.

Las lombrices que le trajo su amigo fueron un antes y un después. Las empezó a aplicar a una planta de tomates que tenía y los vecinos no podían creer cómo crecía y el fruto que arrojaba. Gigantes. “Pasaban y me elogiaban”, dice entre risas. El resto de las plantas habían quedado enanas. Era el poder de las lombrices californianas.

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“A la lombriz le gusta la horizontalidad. El hombre las metió en plásticos y baldes. Eso es un horror. Es como que nosotros vivamos en un monoambiente sin ventanas ni aire con 35 grados de calor. Eso no sirve. Por eso la gente fracasa”, subraya.

La pandemia fue un primer quiebre importante para su emprendimiento bautizado ALIN: “En Facebook me compraban pero muy poco. Con la pandemia explotó. Un día miro el teléfono y empezaron a pedirme un montón. La gente empezó a hacer huertas, a vivir como antes. Acá en La Plata crecí mucho también por los campeonatos de pesca. Hoy en día tenemos 5 mil clientes en todo el país”.

Ariel se volvió un estudioso obsesivo del mundo de las lombrices y por eso decidió también enseñar: “Después de 20 años haciendo todo esto empecé a dar un curso. Me anoté las preguntas que siempre me hacían, y lo hago con el objetivo de que a la gente no le quede ninguna duda y aprendan todo lo que yo fui aprendiendo en el camino. Y también les doy bibliografía”.

“La lombriz californiana no es la de la tierra. Es más chiquita. 10 centímetros como mucho. Por eso que un núcleo de 100 lombrices es apenas una tapita de mermelada. La gente cree que esas 100 lombrices son un montón y cuando se las entregaba pensaban que los estaba cagando. Y la verdad que no. Por eso trato de explicar todo ahora”, agrega.

Y en varias oportunidades insiste: “No es un bicho, es un animal. Si vos tenés un perro, sabés que tenés que darle agua, comida y amor. La lombriz es lo mismo. No la podés dejar tirada. No son bichos. Algunos se iban de vacaciones y las dejaban abandonadas. No es para cualquiera”.

Ariel creyó que con la salida de la pandemia el mundo de las lombrices iba a decaer. Jamás imaginó lo que pasaría luego: “Explotó el cultivo de cannabis. Se ve que hubo más gente que se metió en eso para cultivar sus plantas. La lombriz californiana para ese mundo es Dios. Lo que me pasó a mí con la planta de tomate”.

Y completa: “Nunca me dio impresión. Yo toco todo con la mano. Yo te agarro un sapo con la mano. Con los olores tampoco tengo drama”.

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