Ante la falta de horizonte reinante en el calmo andar de una juventud paranoica por su sobreexposición al saber, pocos quedan sin resignarse al absurdismo. El escape es el cinismo del humor: todo es meme. Esta es la juventud que esta semana quedó en el ojo de la tormenta.
Una época donde se quema medio país y es un lunes más, dos o tres activistas que no rindieron su fé -ya sea por estúpida bondad o capricho de moralidad- intentan cambiar el mundo a través de Twitter. Otro ríe y hace un meme, se convierte en viral, tiene su día especial de fama y vuelve a su rutina queriendo aferrarse al recuerdo de la aprobación ajena.
La risa y el chiste funcionaron siempre para marcar una diferencia entre dos grupos heterogéneos. De igual manera, la politica entra en la juventud como un extranjero, que pretende entenderlos al usar una patineta y una gorra o intentar parecerse a cualquier videoclip de MTV en los 2000.
Como todo lo sólido se desvanece en el aire, es muy complicado darle entrega a una idea, a un proyecto político que no lo entienden del todo y que definitivamente él no los entiende a ellos. Con la indecisión a flor de piel, la cacería del voto joven despierta la curiosidad de la política.
Para bien o para mal, el liberalismo ha logrado captar gran parte de esa juventud que no ve salida en comunidad posible, por lo tanto opta por el individualismo. También se puede deber, en cierto punto, a la enajenación de la virtualidad y la despersonalización que significa la masividad de las redes. Por el bien de la República, esperemos que no se deba a los monólogos de Julián Serrano.
Aún así, hay una parte de la juventud que se resiste a la patética carta de presentación libertaria, una parte que piensa: "Estamos muy mal, pero esa no es la salida".
Es una juventud, también, que a pesar de la creciente globalización, sigue siendo argentina. No solo con los arraigos culturales que eso implica, sino también con las experiencias que trae consigo. Un joven nunca vivió un país con buen pasar económico, no tiene ni siquiera recuerdos de la primavera kirchnerista.
Es por eso que estos jóvenes se preocupan por otras cosas además del sexo, drogas y rocanrol: quieren independizarse, migrar de las casas de sus padres, alguna certeza de que no van a vivir en un monoambiente toda su vida, estudiar y formarse. Estas dudas se suman a que la única salida que parece viable para muchos es Ezeiza, o al menos así lo hace creer un sector.
Esto no quiere decir que lo cultural sea menos importante, de hecho, es un canal con un capital político importantísimo, histórico para comunicar un mensaje a los jóvenes. Pero llegar desde la cultura no quiere decir hacer un jingle al ritmo de María Becerra o que un exjuez haga una Bizarrap Session.
Pero también es cierto que las prioridades, a diferencia del porro, no son las mismas para un universitario palermitano que para un pibe intentando sacar adelante a su familia, o para un emprendedor que quiere vender al exterior.
Muy lejos del estereotipo de que "a los jóvenes no les importa nada", la apatía no quiere decir desinterés realmente. El interés sobre la política que tiene la juventud es altísimo, solamente que ya no de la misma manera. Más que la militancia, los jóvenes han abrazado al activismo como forma de ejercer sus ideas. Esto implica que los grupos levantan banderas y luchas particulares: feminismo, ambientalismo, racismo, etc.
Entonces, hay un sector que aún cree que es posible cambiar el mundo y que las luchas no son en vano. Es trabajo de los políticos hacerles entender que Twitter no es la vía más efectiva.