Más de cien días en cuarentena nos ha obligado a muchos ciudadanos reformular los métodos de vida en sociedad, en estos momentos en que inevitablemente el Estado debe flexibilizar las condiciones de la misma ante el agotamiento de quienes la cumplen fehacientemente.
¿Pero cómo serían las nuevas condiciones sociales ya que los organismos competentes no aseguran que quienes porten el virus no sean transmisores constantes a los ciudadanos que no lo han desarrollado?
Por ello puede pasar que, ante la sugestión de contagio, sea conveniente salir a la vía pública dotado del barbijo, como es usual en muchos países asiáticos, manteniendo en particular el distanciamiento social.
Las compras de los insumos básicos para la vida diaria se impone en comercios de cercanías, salvo casos muy necesarios de compras y/o trámites más alejados.
Se impone el uso natural y diario de los medios electrónicos para los pagos de servicios e impuestos, como el uso del homebanking para trámites en entidades bancarias.
Las salidas de esparcimiento, necesarias para la vida, serían más acotadas, con menos aglomeramientos y, en especial, quizás muy solitarias o con un círculo íntimo de familiares y/o amigos.
Lo más importante que ha logrado esta cuarentena es, en muchos casos, el acercamiento familiar, haciendo más estrecho los lazos por la convivencia diaria, siempre teniendo en cuenta que en otros casos ha habido distanciamiento.
Se ha incursionado en el estudio y el trabajo virtual en domicilio, lo que trae aparejado una nueva forma de estudio y trabajo sin concurrencia a los establecimientos educativos o laborales.
La incógnita que queda flotando es: ¿Será necesario emigrar de las grandes concentraciones urbanas a fin de evitar nuevos confinamientos?
