Con una economía freezada por el Coronavirus, las chances de una súbita recuperación no son claras. Un sector del Banco Central se muestra bastante optimista: creen que la inflación no será un problema en lo que resta del 2020. Entienden que los grandes supermercados no se animarán a tocar los precios, que los gremios no presionarán con mayores salarios, y que los servicios públicos seguirán congelados.
Pero esa posible "quietud" inflacionaria está también vinculada a la "quietud" productiva. Argentina se ha transformado desde hace varios años en un país expulsor de inversión extranjera directa y de exportaciones. Sencillamente no dan los números. No es negocio para nadie.
Cristina Kirchner intentó girar a una economía estatista y nacionalista pero quedó a mitad de camino y la sociedad le dio la espalda en el 2015 cuando el modelo había entrado en un claro estancamiento. Macri intentó luego abrir la economía y eliminar todo tipo de regulaciones. Pero sus reformas también fueron muy modestas.
En ambos casos existieron presiones muy fuertes para detener esos giros. Con el intento de expropiación de Vicentin volvió a aparecer el mismo fantasma: sectores opositores agazapados para neutralizar el avance y poner a la opinión pública en contra de la iniciativa. Hace 10 años que la economía quedó empantanada y trabada. Cualquier cambio medianamente importante será objetado y bloqueado tarde o temprano.
Los economistas, por ejemplo, prestan mucha atención a si las medidas (cualquiera que sea) son percibidas como transitorias o permanentes por las personas (trabajadores, consumidores, productores, inversores o exportadores). Un país con alta credibilidad podrá impulsar medidas permanentes. Argentina no es el caso: se sabe que todo programa económico puede ser fácilmente revertido. Y en poco tiempo. Y eso es letal para la inversión y la generación de empleo
La acumulación de fracasos complica el anuncio de un próximo programa económico. Ya arranca con escaso crédito. Y menos crédito tendrá si se percibe que la oposición (sean dirigentes, grupos de interés o ciudadanos) tienen la suficiente capacidad para presionar y bloquear medidas. Tanto la gestión de Macri como la incipiente de Alberto Fernández parecen bloqueadas.
De allí que el acuerdo político se transforme en un elemento necesario si se quiere crecer a largo plazo. Gobiernos más aburridos, más moderados. Una política que no trabaje para las cámaras o el aplauso de los militantes. Quizás ese sea una buena vacuna contra la falta de credibilidad y de confianza.
